Alguien apagó de pronto la luz. Y el amanecer desapareció en mi corazón. Mis recuerdos recogieron en una cajita de terciopelo negro el brillo del sol en mis pupilas y la sonrisa se congeló en mis labios y se hizo añicos en la oscuridad.
Desperté en la realidad del tiempo que corre a destiempo. Desperté en la realidad del llover hacia abajo. Desperté en la realidad del caminar para atrás. Desperté ante la realidad de reír llorando, de ver mirando, de cantar callando…
Alguien irrumpió de pronto en la habitación y apagó la luz. Y se llevó mis esperanzas mis sueños y recuerdos. Y sólo guardo ahora en mi corazón la cajita de terciopelo negro con el brillo del sol. Para una emergencia, para cuando toda luz se haya apagado…
Para eso la guardé. Sin poder disfrutar de ella. Y ahora que la necesito, entre la oscuridad de esta amarga confusión, tanteo con mis manos temblorosas. Y el páramo del alma resquebraja mis manos con los cristales rotos de mi corazón. Y el terciopelo negro no está, porque es tan densa la oscuridad, que siquiera veo en lo profundo una esperanza… Pero la cajita está ahí. Y de vez en cuando, si el viento sopla favorable, se abre unos segundos y luego vuelve a cerrarse. Y entonces mis pupilas recogen el brillo del sol. Y lo saboreo en mi lengua poco a poco. Y sé que la cajita existe, sé que está ahí.